No se sabe cómo comenzó. No se sabe cuándo fue que el ser humano
resolvió guardar algunos objetos que halló curiosos o, de alguna manera, útiles
para algún determinado fin. No obstante, se sabe que muchos humanos tienen
(tenemos, en realidad) una verdadera compulsión, fetichismo, obsesión,
romanticismo y hasta una cierta locura por reunir objetos.
Estos "locos" son (somos) llamados coleccionistas:
numismáticos, filatelistas, miniaturistas, loterofilistas, glucofilistas, y
tantos otros.
Según el psicoanalista italiano Sergi Lebovici, un coleccionista es un
narcisista que se apropia de un objeto, independientemente de su valor real.
Así como muchas personas no le encuentran valor a una colección de sellos o
monedas, qué se puede decir entonces de la colección de sweaters de cachemir de
la década del 40 de la actriz francesa Catherine Deneuve, o de los objetos
"sagrados" de la cantante y actriz Cher. Qué decir de la estilista
milanesa Biki, que montó una sala refrigerada en su casa para conservar
chocolates comprados en los lugares más diversos del mundo.
Dicen los coleccionistas que un objeto de su colección es, en
realidad un opcional que no cuenta con un valor intrínseco, pero si con
unicidad, principalmente si pertenece a un determinado período histórico o si
perteneció a una persona importante. Según los analistas de la famosa casa de
subastas Christie's, que de objetos coleccionables entiende mucho, "coleccionar
es sinónimo de amar, y es imposible buscar motivaciones razonables para
explicar estas manifestaciones". Del mismo modo, no es fácil buscar
motivaciones válidas para explicar la colección de radiografías de un médico
francés, que en su archivo reunió tibias y fémures. O la colección de millares
de pares de zapatos de la ex primera dama de Filipinas, Imelda Marcos, o de una de las mayores colecciones del mundo de
latas de cerveza, reunida por un coleccionista de Porto Alegre.
El coleccionista serio es una combinación muy curiosa de
instintos, desde los más delicados hasta los más vulgares, y desde los más espirituales
hasta los más primitivos, algunas veces de un egoísmo grotesco y otras veces de
una dedicación purísima a un objeto o a una idea. El coleccionista se dedica a
la contemplación y al desarrollo de su actividad "sui generis". Y
aquella facultad es, muchas veces, aquella necesidad, aquella "fuerza
mayor" de ver determinados objetos de una manera precisa, especial,
didáctica y de relacionarlos y valorizarlos. El coleccionista a veces parece
seguir los instintos de un egoísmo vulgar y a veces parece moverse dentro de un
círculo encantado de ideas de investigación y se mantiene equidistante de los
dos, tanto como del mundo imaginario como del pensamiento.
Un coleccionista es egoísta, muchas veces astuto y otras tantas
actúa por impulsos. El busca "valores". Tiene ideas fijas sobre el
objeto de su colección. No se avergüenza del mundo que creó ni de la dedicación
que le da, aunque a los ojos de un necio, no pase de un simple pasatiempo de
alguien que tiene dinero "para tirar" o que no tiene algo mejor para
hacer.
No obstante las opiniones ignorantes sobre las colecciones, es
necesario notar que los coleccionistas son tratados con respeto en casi todas las
situaciones y en casi todas las épocas. De todos modos ellos, como cualquier
humano "especial", tienen una propensión a querer imponerse en el
mundo exterior, es decir, procuran para su manera de contemplación y ocupación
un reconocimiento y merecimiento general, como si fueran una cosa valiosa para
la humanidad. Ellos tratan de probar esa verdad instintivamente sentida de
coleccionar, como una forma de ocupación y contemplación "sui
generis", la cual, por esto mismo, debe ser vista de manera especial, en
una tentativa de justificarla de forma comprensible a todos aquellos
desprovistos de la alegría de coleccionar.
Como ya fue dicho por alguien: "El coleccionista dedicado es un poeta de valores"
Artículo escrito originalmente por Jairo Luiz Corso, aparecido en el No. 27 de la revista Rio Grande Filatélico (Organo
de divulgación de la Sociedade Filatélica Rio Grandense),
Marzo de 2003.
Saludos,
Patricio Canessa